miércoles, 9 de marzo de 2011

Fat Girl

Cuando sos una completa niña inofensiva no pensas en nada que no sea diversión. Te pasas todo el día en la escuela aprendiendo cosas divertidas las cuales recordaras toda tu vida, y al salir de allí, sigues riendo y jugando con los nuevos amiguitos del barrio o de las distintas actividades creativas que te manda tu sagrada mami.
Es así, todo es perfecto dentro de ti y a tu pequeño alrededor. Pero las cosas cambian en el momento de crecer.
No es cuestión de una decisión, ¿crezco o no? No, es sólo la ley de la maldita vida que nos eleva cada vez más por carreteras diferentes. La desolación o la de la felicidad.
Para mi gran suerte la fila de la felicidad era tan larga como la del primer recital de The Beatles. Quise colarme pero alguien me empujo por mi espalda con fuerza y rodando llegue a la carretera más oscura y sin aliento.
Pero más allá de toda la fantasía, la realidad existe.
La secundaria es un nuevo zoológico, las hormonas evolucionan y todo se siente extraño y se vuelve habitual. Aparece el maquillaje en el rostro, los incómodos pero finos tacos altos, los escotes y las minifaldas, y hasta la dolorosa depilación.
La adolescencia es la etapa mas increíble pero a la vez la más dolorosa.

Casi toda mi vida hice deportes. Desde aeróbica, patín, hockey, hasta natación y tenis. Comencé a los 4 años y creo que nunca dejaré de hacer ejercicios. Pero no, jamás logre tener el súper y aerodinámico cuerpo de una deportista. Con esa panza llena de abdominales, piernas y gemelos duros, piel bronceada, y brazos fuertes. Soy todo lo contrario. Siempre fui rellenita, y obviamente que la gente se daba cuenta. Tan sólo pasaba caminando por la vereda y a lo lejos oía un silencioso grito que pronunciaba la palabra “Gorda”.
Con esa imagen de mi misma todo el tiempo en mi cabeza, mi mente empezó a descartar todos los pocos y buenos momentos de alegría que habitaban allí y los reemplazó por dolor y sufrimiento. Recurrí a nutricionistas pero siempre que lograba bajar de peso, los aumentaba en mis decaimientos de depresión.

¿Qué esperas cuando absolutamente todo tu grupo de amigas, cada una de ellas, son hermosas, altas, flacas y hasta deseables, menos vos misma? Esperas serlo.
Por lo que tratas de vestirte a la moda, tener el pelo brilloso y largo, las uñas como la de una modelo y el cuerpo con más curvas posibles.
Pero te digo algo… nada alcanza para una adolescente como yo.

Mis amigas y yo estábamos entre los 12 y 13 años de edad. Unas novatas en “la edad del pavo”. Primer año era toda una experiencia y más si asistías a un colegio donde se permitían estudiantes extranjeros. Mis amigas, gracias a su simpatía diaria, interactuaban con todos los chicos nuevos. Yo, gracias a mi simpatía mezclada con timidez, algo lograba pero mi gordura y fealdad no me dejaban avanzar. Por eso, trataba de comunicarme con el sexo masculino por el famoso Chat.
Una tarde húmeda y lloviznosa, con las chicas, organizamos un pequeño viaje a uno de los cercanos pueblos de Cruz Alta. Allí teníamos a algunos amigos los cuales a unos los habíamos conocido por Internet y a otros en el colegio.
Yo, en particular, había conseguido una relación muy amistosa con uno de ellos (por chat obvio), Gonzalo.
Mi mamá hizo de chofer y amablemente nos alcanzo hasta el lugar de encuentro.
Al principio no los encontrábamos. Dimos varias vueltas hasta que vimos a algunos en la enorme plaza que creaba el centro del pueblo.
Cuando nos vieron, bajamos del auto. Nos separaba una ancha calle de cemento, desvié la vista un segundo y con la mirada nos encontramos. Entre ese pequeño grupito de chicos estaba Gonzalo. Era bajo de estatura, rubio teñido y de piel oscura. Lo había reconocido porque por chat nos habíamos mandado fotos, para conocernos.
Cuando estábamos cruzando la calle para saludarnos y presentarnos, veo que Gonzalo le dice algo al oído a uno de sus amigos.
Los teníamos en frente. Una de mis amigas empezó a nombrarnos a cada una de nosotras al mismo tiempo que nos señalaba con el dedo. Luego prosiguió uno de ellos a presentarlos a todos.
Iba memorizando los nombres hasta que le toco a Gonzalo.
-Federico, Diego, Nicolas, Kevin y Daniel.
¿Y Gonzalo? Mi mente trataba de comprender, no había ningún Gonzalo. Pero yo estaba segura de que era el que se había hecho pasar por Kevin. ¿Cómo era posible? ¿Me había mentido?
Comenzamos a caminar todos juntos hasta que llegamos a una casa donde estaba el resto del grupo.
Las horas pasaban y yo cada vez me sentía más incomoda. Mis amigas riendo todo el tiempo y yo no sabia qué decir para caerles aunque sea un poco bien.
Por momentos oía el nombre Gonzalo pero luego se perdía entre el ruidoso barullo que se formaba en aquella casa.
Había llegado el momento de volver a Cruz Alta. Nos despedimos de todos y nos subimos al auto. En el transcurso del viaje una de las chicas me saco la duda que me estaba devorando la cabeza.
Me dijo que se había enterado que Gonzalo se había cambiado el nombre porque por foto yo le parecía linda pero personalmente no le gustaba, le parecía fea.

Y así fue cómo comenzó mi auto-destrucción. No sé cómo describirlo pero desde esa vergonzosa y humillante situación mi mente no volvió a ser la misma.

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